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miércoles, 31 de octubre de 2012

Domingo 28 Octubre 2012


Saboreando la Palabra de Dios
Un Año de la Fe para intensificar nuestro contacto con la Palabra de Dios y gustar de su alimento.
Texto 3
Domingo 28 Octubre 2012

Estoy firmemente convencido que no hay mejor manera de acercarse a la riqueza de la Palabra de Dios que a través de los textos que nos presenta la liturgia eucarística. Ella constituye toda una escuela progresiva y sistemática del mensaje de la Palabra. Por eso me alegra particularmente que podamos ir “coleccionando” esas lecciones a través de este espacio de internet. Sigamos, pues, saboreando esta escuela de la fe. Ojala sirva a más de alguno para “…redescubrir la alegría de creer y el entusiasmo de comunicar la fe” (Porta Fide # 7)
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Saboreando los textos del 30vo domingo de Tiempo Ordinario. Ciclo B
Cuando el Reino de los cielos se convierte en el único tesoro de la vida, entonces la vida se vuelve un tesoro y un don de servicio para con los demás. Así, se entiende que para el cristiano ser V.I.P. sea ser servidor de los demás, y que entienda que su misión es sobresalir en su capacidad de dar la vida.
Entramos así a los textos del domingo 30 de Tiempo Ordinario, en el Ciclo B.
La salvación es un camino de conversión. Así lo resaltan los textos de la primera lectura (Je. 31, 7 – 9) y el salmo 125. En ambos queda claro que si el pecar es iniciativa de la persona, el perdón y la reconciliación es iniciativa de Dios.  En efecto, ambos textos nos remiten a la dura experiencia del destierro del pueblo de Dios en Babilonia, causa de su infidelidad a la voluntad de Dios. Pero ahora la prueba ha terminado, el pueblo retorna a la tierra en medio del júbilo y el asombro que causa la misericordia y el poder de Dios, capaz de restablecer a un pequeño resto, que ya creía perdida toda esperanza. Por eso, “Cuando el Señor cambio la suerte de Sión, nos parecía soñar. La boca se nos llenaba de risas… El señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres… los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares.”
Con esta introducción sobre el amor de Dios, fuente de toda esperanza y dueño de la iniciativa en el proceso del perdón y la conversión, entramos al texto de Mc. 10, 46 - 52. Como en otros relatos del evangelio, la mayor desgracia de Bartimeo no era el ser ciego. No. Era el ser despreciado por los demás. Recordemos que en los tiempos de Jesús era lo más común creer que la enfermedad era un castigo y abandono de Dios, lo que de paso justificaba que la comunidad también lo despreciara e hiciera a un lado. (Digámoslo de una vez: ¿no sería más bien la comodidad de disfrazar nuestras irresponsabilidades la razón por la que achacamos a la voluntad de Dios lo que es más bien el fruto de nuestro desinterés por los necesitados?). Ciego de la vista, Bartimeo ha sido abandonado a su miseria por la ceguera de una sociedad incapaz de sentirse responsable por el bien de los más pobres y desamparados. En este marco de situación se valora mejor la osadía de Bartimeo, que al paso de Jesús, eleva la voz y grita suplicante al mesías de Dios ¡Pero qué osadía! Un castigado de Dios se atreve a interrumpir el paso del Maestro y suplicar la misericordia que por su pecado ha perdido! Por eso le mandan callar, por eso los demás se molestan por la osadía de este miserable. Pero no Jesús, él no se molesta, él no lo rechaza. Él le manda llamar: le reconoce como una persona con dignidad y un desamparado urgido de sanación. Es la osadía de Dios, que desnuda la hipocresía de nuestros juicios y actitudes. Jesús convoca a Bartimeo a un encuentro personal con él, y desarrolla con él un diálogo de salvación, cara a cara, ya no en el anonimato de un grito entre la multitud. Todas las líneas de ese diálogo son para nosotros una escuela de salvación. Detengámonos en la respuesta final de Jesús: “Anda, tu fe te ha curado”. Anda, retoma el camino de tu vida ¿Cuál es esa fe que salva a Bartimeo? En este año de la fe, esa pregunta adquiere especial importancia:
-- Es la fe como reconocimiento de Jesús como nuestra única luz de esperanza. En principio hemos de creer que los que asistimos a la misa tenemos esa misma fe.
-- Es la fe como osadía, como valentía, como arrojo. Bartimeo no se detiene ante nada, ni ante las limitaciones de su ceguera ni ante el rechazo de la multitud. Él tiene una meta, Jesús, y nada le impedirá llegar a esa meta.
-- La fe como seguimiento. Porque Bartimeo, sanado, no se marcha para su casa, no retoma su vida haciendo su propio camino. Para él no hay más camino que ir en seguimiento (discipulado) de Jesús.
En cada eucaristía, Jesús nos sigue llamando (Ánimo, levántate, te llama), en cada eucaristía nos vuelve a preguntar: “Qué quieres que haga por ti”. En cada eucaristía nos quiere escuchar: “Señor, que vea”.
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Padre nuestro, no permitas que de la eucaristía salgamos con la misma ceguera de nuestros pecados. Que la misa sea un encuentro personal con Cristo a través de la comunidad de mis hermanos. Que cada eucaristía ilumine mi proceso de conversión como un camino de seguimiento de Jesús por las sendas y los valores del reino de los cielos. Y que en el Espíritu Santo tenga el valor de recorrer esa senda. Que así sea…

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